Hace algunos años, me ocurrió algo muy extraño, en uno de mis viajes con dos mujeres físicamente muy parecidas, pero de personalidades absolutamente diferentes.
Era un día de mucho calor, un fin de se semana que acababa con un feriado, la estación de Retiro saturaba de gente , todo era un gran caos. Mientras yo esperaba con cierto mal-genio e incomodidad el aviso de mi colectivo para salir del tumulto, me llamó la atención una mujer que parecía buscar algo continuamente. Solo bastó un segundo de contacto visual y vino hacia mí en busca de conversación. Dejo soltar un: -¿Vos a donde vas? , y ese fue el comienzo de lo que les quiero contar.
Su nombre era algo infrecuente “Carencia Fernández” y dio la casualidad que viajaba al mismo destino que yo. Era una mujer bonita, de unos 30 años quizás, pero había algo raro en ella.
Cuando fue el momento de despachar los bolsos no se me despegó y me pidió si yo podía conservar su ticket porque ella era algo distraída y temía perderlo. Me dejó desconcertada que depositara esa confianza en mí sin conocerme. Nuestros asientos estaban separados, de hecho el mío estaba casi al final del colectivo y mi acompañante ya estaba sentado. Cuando comenzamos la marcha, observé detenidamente que Carencia se levantó, se dirigió a mi sector y rogó a mi acompañante que por favor le cambie el asiento, y él finalmente cedió. Durante tres horas no dejo de hablar un segundo, poniéndome al día de toda su vida, después sacó un budín que había hecho y me pidió que por favor lo compartiera con ella. Mientras me hablaba , me di cuenta que ella, almenos en ese viaje necesitaba una compañía, un oído tal vez. Otro de los momentos extraños fue cuando me pidió si no la acompañaba al baño. Nunca entendí a que se debía, pero bajé, le tuve la puerta y volvimos a sentarnos, como si se tratara de mi hija. Sentí que a cada segundo que pasaba ella se encariñaba más conmigo, a tal punto que cuando logró dormirse, lo hizo aferrada a mi brazo. Me había contado muchas cosas de su vida, pero hacia hincapié, aunque sin darse cuenta en las necesidades. En un momento mientras pensaba con los ojos cerrados, note que ella sacó una de su camperas y me cubrió del frío que entraba desde algún lugar. Por la mañana cuando estaba cerca del destino le conté algunas cosas de mí y ella insistía con palabras como “ que bueno haberte conocido” o “te puedo considerar una amiga”. No me parecía mala persona, ni mucho menos, pero en algún punto me asustaba su apego.
Cuando llegamos a destino, una situación particular sucedió. Le entregue su ticket, pero su bolso no estaba, probablemente en alguno de los pueblos alguien lo habría confundido. No les puedo explicar la angustia que ella tenía, se lamentaba una y otra vez diciendo “ todas mis cosas… ahora que voy a hacer ” se sentía incapacitada de actuar, de llamar, de reclamar me miraba como necesitando que yo haga sus cosas, pero debía irme, me esperaban no podía más que intercambiar datos por si necesitaba algo.
Luego de algunos días me llamo con un “ hey amiga no me llamaste”, me comento que después de lo sucedido no supo que hacer y que finalmente había perdido las cosas … me resultó extraño que no fuera capaz de hacer algo tan simple por ella misma… Me invitó a tomar algo y accedí. Pensé que ese día era una despedida, después de todo solo habíamos compartido un viaje, pero no dejó de reclamarme porque no la había acompañado, porque no la llame esos días si sabia que estaba sola, porque no la ayudé con sus complicaciones y algunas cosas más….
Sentí que debía dejar estos encuentros atrás, porque evidentemente “Carencia” se había apegado a mí y yo no podía vivir para ella… note que tal vez debía llenarse consigo misma… y sus relaciones para con los demás no le eran sanas.
No volví a responderle, y no volví a verla. No supe más de ella.
Cuando comencé a relatarles esto, nombré a dos mujeres. La segunda me la encontré en el viaje de vuelta. Me llamó mucho la atención de su parecido con “Carencia” y entonces me tomé el atrevimiento de preguntarle su nombre. Con mucha simpatía y cierta calma que transmitía me dijo – Me llamo Fortaleza pero Fortaleza se la veía mas segura, hablaba con firmeza. En un momento el sonido de la película se hacía insoportable y ella hablo con los choferes para que lo bajen y la verdad nos hizo un favor a todos, gracias a su poca tolerancia. En un momento de la noche sentimos un golpe en el colectivo y éste detuvo su marcha. Todos comenzaron a intranquilizarse y más aún cuando al siguiente día, en su mayoría debíamos estar en nuestros trabajos. El conductor nos comunicó que pasaríamos la noche allí y que por la mañana llegarían refuerzos. Un gran caos se generó en menos de un segundo. Fortaleza me había comentado que justo por la mañana tenia una conferencia importante que definiría algunas cosas de su trabajo, si no recuerdo mal, se trataba un ascenso. Sin embargo permaneció tranquila, tomo su teléfono y bajo del colectivo.
Ala hora aproximadamente vuelve a su lugar y me dice : -Bueno… acabo de hablar con la agencia de micros, le reclame que algo había que hacer y nos envían ahora mismo unas cambies, para los que no podemos esperar. Llegan por la madrugada.
Me miró con calma y me dijo: - En todo caso si no llego… es el destino… esbozó una sonrisa se acurrucó y se durmió.
No puede evitar en ningún momento la comparación entre Fortaleza y Carencia, imaginando que tal vez la segunda, habría perdido todo por no intentarlo. Fortaleza estaba tan bien consigo misma que parecía que lo externo tan solo la COMPLEMENTABA… sin embargo a Carencia lo externo la COMPLETABA.
Las combies por supuesto nunca llegaron. Fortaleza avisó de todas formas que no llegaría a la conferencia, subimos todo al otro micro y volvimos a Capital.
Verdaderamente esta vez era yo la que no quería perder el contacto con ella, por lo que me trasmitía, una mujer entera, autoeficiente. Así que le pedí el teléfono. Desde allí de vez en cuando nos juntamos a tomar un café y hablar de la vida…
Nunca voy a olvidar ese viaje, ni a esas dos mujeres “Carencia” y “Fortaleza”.
Gisele Molinari