A través de aquella ventana ella podía ver como acontecía la vida allí afuera. Podía ver el frío o el calor a través de los cuerpos a veces cubiertos y otras no. Podía imaginar el sonido del viento a través de las hojas que por momentos se dejaban desprender de los frondosos árboles de la primavera. Podía ver en aquellos rostros miles de expresiones y acompañarlas solo desde las pupilas, sin poder compartirlas.
Podía ver… pero no podía sentir… El vidrio limitaba el mundo entre la realidad y lo que ella decidía vivir… no había puentes entre lo uno y lo otro.
Se preguntó…
¿Cuántas veces decidimos ver la vida desde la ventana?
Se enfureció, luego se entristeció y finalmente decidió salir….
Apenas abrió aquella ventana pudo sentir como la brisa recorría su cuerpo, y el aire puro casi mentolado por los eucaliptos, amplió sus pulmones como dos paracaídas. Solo allí cerró los ojos y sintió mucha paz. Pasó hacia el otro lado de un pequeño salto y sus pies descalzos se deslizaron sobre aquel colchón de hierbas perfumadas, propias de la naturaleza. Abrió los ojos y empezó a correr, corrió por todo el espacio sin límites físicos existentes. Experimentó la plenitud y se sintió feliz como aquellas personas cuyos rostros resplandecían a cada instante. Desde donde estaba contempló una vez más aquella ventana… y se sorprendió de ver a alguien más… observándola, tal como lo había hecho ella instantes atrás… Sus ojos se cristalizaron de lágrimas e invadida por la tristeza invitó a aquel ser con saltos y señas a bajar…
Pero aquel, solo observaba… Ella comprendió que no era su momento, le sonrió y siguió caminando junto a los otros, pero esta vez SINTIENDO.
Nunca sabremos si desde todas aquellas pequeñas ventanas que nos rodean, hay personas añorando sentir…
Solo puedo decirles que salir a sentir es descubrir que estamos vivos…
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